jueves, 21 de marzo de 2013

Después de la ira

Ya he tirado al abismo el hueso de la misericordia. No es necesario cuando el dolor es parte de la serenidad, pero la lucidez trabaja en mí como un alcohol enloquecido. Sé que las uñas crecen en la muerte. Son nuestra trascendencia. No viene nadie al corazón abrasado. Nos despojamos de nosotros mismos al expulsar la falsedad, nos desollamos y nadie acude a esta revelación. Estamos solos y arden inútilmente nuestras llagas. Decididamente, no hay opio eterno, pero aún es posible la última ebriedad: partes iguales de vértigo y olvido. Antonio Gamoneda

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